Esta es una novela que me llevó a recibir más de un
reproche al comentarla con algunos amigos que también la leyeron. Aunque es
cierto que cómo lector la disfruté desde la primera palabra hasta el último
punto del apéndice, como escritor su final me dejó sensaciones extrañas. A
estas alturas comprendo que mi reacción vehemente de aquel entonces se debió
sin duda a la confusión provocada por aquellas emociones de rechazo. En frío
intentaré explicar mejor por qué 1984 me resulta tan querida como lector y tan
lejana como escritor.
Para empezar rescatemos las primeras entradas,
aquellas en las que se anunciaba que los contenidos girarían en torno a la
literatura juvenil (hay que ver como he desvariado desde entonces). Este es el
género al que como aspirante a escritor quiero dedicarme (mayormente). Los
universos distópicos al estilo de 1984 están
muy de moda (y rápidamente desgastándose) en estas publicaciones. Los juegos del hambre, Divergente, Corazón
de fuego, Enlazados, Delirium, El corredor del laberinto y un largo
etcétera. Y, sin embargo, más allá de los paralelismos y referencias evidentes,
cualquier parecido de estas con 1984
es pura coincidencia. Y no hablo sólo de las diferencias entre la prosa adulta
y la de la literatura juvenil, me refiero a que la distopía es conceptualmente
diferente en estos géneros. Y de aquí surgía mi sensación agridulce al acabar
la obra maestra de Orwell.
Y es que en 1984,
el final despoja y ridiculiza el leitmotiv del protagonista, no hay
resolución de conflictos ni catarsis, es una novela de aquellas que simplemente
termina. Todo esto es impensable en la novela juvenil contemporánea (y digo contemporánea
porque si dijera moderna tendría que incluir El Guardián entre el Centeno que es un caso completamente
diferente). ¿Por qué? Laura Miller contesta a esto en un artículo para The New
Yorker titulado “Infierno Fresco: Qué hay detrás del boom de la ficción
distópica para lectores jóvenes.” Os lo resumo: 1, no tiene el carácter
didáctico y social de su hermana mayor, se centra en las aventuras del
protagonista y 2, su estructura es arquetípica, no racional. ¿Qué significa
esto?
Lo último es sencillo. El esquema racional se basa
en establecer un universo distópico sólido y sin fisuras, tan poderoso que
terminará aplastando a quién intente desmontarlo (lo que facilita la aplastante
derrota que debe sufrir el protagonista). El esquema arquetípico se basa en la
mitología, en elevar al protagonista al nivel de héroe. Se convierte así a
Katniss Everdeen en una de suerte Prometeo moderno.
Pero la diferencia fundamental está en el primer
punto. Mientras que Orwell intentaba avisarnos de la catástrofe que estaba por
llegar, Suzane Collins recrea en su ficción la experiencia que puede tener
cualquier adolescente sobre los peligros y angustias ya existentes en nuestro
mundo. El género adulto usa la humillante derrota de su héroe (que suele ser
patético) para advertirnos que si no cambiamos nuestro deplorable
comportamiento la tierra se abrirá bajo nuestros pies y el infierno nos
tragará. Su contraparte juvenil opta por la vía del optimismo (no suena muy
sensato machacar las esperanzas de un adolescente, ¿verdad qué no?) y se centra
en la percepción que tenemos del estado actual de las cosas, en la actitud del
adolescente que debe adaptarse a un mundo que hereda en decadencia y con la
perspectiva de un futuro negro: jerarquías, crisis, desempleo, etc. Su mensaje
es que tal vez el apocalipsis no sea tan terrible si desde las cenizas puede resurgir
el fuego del cambio.
Próxima entrada: Bakuman, la metaficción también llega al manga. Revisión de esta curiosa serie que narra como pocas obras el proceso creativo y las alegrías y penas de escritores y dibujantes.
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