“Pues los mataré a ellos también. Limpiaré toda la
maldad.”
Akumetsu nos narra la historia de Shou, un
justiciero enmascarado que intenta erradicar el mal con su código ético de “Un
hombre, un asesinato”. El manga fue serializado de 2002 a 2006 y nos presenta
lo que en aquella época era un futuro que pocos agoreros preveían: una terrible
crisis económica provocada por la corrupción política y las malas prácticas en
el sector financiero. Shou, harto de esta situación y de la falta de reacción
del pueblo nipón, decide tomarse la justicia por su mano. Adopta el alias
Akumetsu (que podría traducirse como destructor del mal) y empieza a matar uno
a uno a los que considera culpables de esta situación, suicidándose después de
cada asesinato. ¿Qué cómo sigue matando si se suicida? Leed el manga, esta vez
no hay spoilers.
Esta obra es probablemente la mejor de Yoshiaki
Tabata, aunque sigue cayendo en los mismos errores de otros trabajos. Por un
lado está su tendencia a atascarse en la violencia, que llegada un punto se
vuelve repetitiva y corta el ritmo de la historia. Y por el otro el hecho de
que su crítica social, aunque acertada, resulta un tanto torpe y simplista.
Akumetsu y la mayoría de sus trabajos suelen generar reacciones contrapuestas:
a la mayoría de sus lectores o bien les encanta o bien les parece una
exageración a ratos infantil. Y hay que recalcar lo de infantil en este caso,
ya que Shou es un estudiante de instituto, tiene apenas dieciséis años y su idealismo
es verosímil y está correctamente expresado pero, efectivamente, resulta
exagerado e infantil para el lector más maduro.
Guardo ya en el cajón el crítico que llevamos todos
dentro y vuelvo a la novela en la que trabajo (título por decidir) y su relación
con Akumetsu. El punto de partida es el álter ego de Shou, que pronto se
convierte en algo más que un individuo: pasa a ser una organización terrorista.
Mi protagonista, Emily, también forma parte de un grupo terrorista. Lo que la
diferencia de Shou es que ella no es una idealista, de hecho tiene serios
problemas para distinguir entre el bien y el mal, por lo que encaja mejor en el
perfil de asesina a sueldo o mercenaria.
Otro punto de comparación es la crudeza. En Akumetsu
no hay villanos trágicos al clásico estilo shakesperiano, sólo hay blanco o
negro, siendo Shou el único privilegiado en la escala de grises. En Akumetsu la
muerte es un elemento esencial por la forma en que asesina el protagonista:
buscando el mayor impacto posible, de la forma más violenta y truculenta que
pueda. En mi novela el grupo terrorista para el que trabaja Emily también opera
usando la teatralidad y el impacto para difundir un mensaje disuasorio,
convencidos, al igual que Akumetsu, de que el miedo bastará para acabar con la
maldad. La diferencia está en que el estilo de Emily es radicalmente más
comedido (en el 90% de las ocasiones). Mientras que en el manga de Tabata el
gore está en primer plano, yo intento tratarlo como parte del decorado, ya que
la protagonista y la historia así lo reclaman.
Acabaré con una reflexión que me gustaría
desarrollar en futuras entradas. No es que Akumetsu inspirase este trabajo, las
historias sólo coinciden en la premisa, pero en cuanto tuve la idea para la
novela hice la conexión con éste manga. Con este y con tantos otros que
influyen en mi forma de escribir, entonces caí en la cuenta de un problema que
se me presenta. En un manga, la premisa de una historia como Akumetsu es
aceptada fácilmente por los lectores sin exigir explicaciones o al menos
posponiéndolas. Esto se podría comparar con el hecho de que no nos extrañe que
en una teleserie norteamericana los extraterrestres siempre aterricen en
Estados Unidos. Es decir, diferentes medios artísticos cuentan con diferentes
formulas y normas que preparan al público frente a lo que se pueden encontrar. Crean
un imaginario propio en el que aceptamos que unas cosas son verosímiles y otras
no. Ahora bien, cuando se intenta adoptar en un medio como la literatura
juvenil elementos que le son ajenos (sacados de series de televisión, cómics,
cine, videojuegos, etc.) no se puede obviar el problema de la adaptación. Se
requiere una traducción de las premisas ajenas a las normas y fórmulas propias.
Hacer un buen trabajo de traducción será sin duda determinante para que la
novela no se hunda antes de zarpar.
Próximamente: Religión para ateos. El arte sin
instrucciones. La siguiente entrada NO tratará sobre religión a pesar de lo que
pueda hacer pensar el título del ensayo de Alain de Botton. Me centraré en la
comparación que establece entre arte religioso y arte laico.