lunes, 22 de julio de 2013

1984. Universos distópicos para jóvenes y adultos.


Esta es una novela que me llevó a recibir más de un reproche al comentarla con algunos amigos que también la leyeron. Aunque es cierto que cómo lector la disfruté desde la primera palabra hasta el último punto del apéndice, como escritor su final me dejó sensaciones extrañas. A estas alturas comprendo que mi reacción vehemente de aquel entonces se debió sin duda a la confusión provocada por aquellas emociones de rechazo. En frío intentaré explicar mejor por qué 1984 me resulta tan querida como lector y tan lejana como escritor.
Para empezar rescatemos las primeras entradas, aquellas en las que se anunciaba que los contenidos girarían en torno a la literatura juvenil (hay que ver como he desvariado desde entonces). Este es el género al que como aspirante a escritor quiero dedicarme (mayormente). Los universos distópicos al estilo de 1984 están muy de moda (y rápidamente desgastándose) en estas publicaciones. Los juegos del hambre, Divergente, Corazón de fuego, Enlazados, Delirium, El corredor del laberinto y un largo etcétera. Y, sin embargo, más allá de los paralelismos y referencias evidentes, cualquier parecido de estas con 1984 es pura coincidencia. Y no hablo sólo de las diferencias entre la prosa adulta y la de la literatura juvenil, me refiero a que la distopía es conceptualmente diferente en estos géneros. Y de aquí surgía mi sensación agridulce al acabar la obra maestra de Orwell.
Y es que en 1984, el final despoja y ridiculiza el leitmotiv del protagonista, no hay resolución de conflictos ni catarsis, es una novela de aquellas que simplemente termina. Todo esto es impensable en la novela juvenil contemporánea (y digo contemporánea porque si dijera moderna tendría que incluir El Guardián entre el Centeno que es un caso completamente diferente). ¿Por qué? Laura Miller contesta a esto en un artículo para The New Yorker titulado “Infierno Fresco: Qué hay detrás del boom de la ficción distópica para lectores jóvenes.” Os lo resumo: 1, no tiene el carácter didáctico y social de su hermana mayor, se centra en las aventuras del protagonista y 2, su estructura es arquetípica, no racional. ¿Qué significa esto?
Lo último es sencillo. El esquema racional se basa en establecer un universo distópico sólido y sin fisuras, tan poderoso que terminará aplastando a quién intente desmontarlo (lo que facilita la aplastante derrota que debe sufrir el protagonista). El esquema arquetípico se basa en la mitología, en elevar al protagonista al nivel de héroe. Se convierte así a Katniss Everdeen en una de suerte Prometeo moderno.
Pero la diferencia fundamental está en el primer punto. Mientras que Orwell intentaba avisarnos de la catástrofe que estaba por llegar, Suzane Collins recrea en su ficción la experiencia que puede tener cualquier adolescente sobre los peligros y angustias ya existentes en nuestro mundo. El género adulto usa la humillante derrota de su héroe (que suele ser patético) para advertirnos que si no cambiamos nuestro deplorable comportamiento la tierra se abrirá bajo nuestros pies y el infierno nos tragará. Su contraparte juvenil opta por la vía del optimismo (no suena muy sensato machacar las esperanzas de un adolescente, ¿verdad qué no?) y se centra en la percepción que tenemos del estado actual de las cosas, en la actitud del adolescente que debe adaptarse a un mundo que hereda en decadencia y con la perspectiva de un futuro negro: jerarquías, crisis, desempleo, etc. Su mensaje es que tal vez el apocalipsis no sea tan terrible si desde las cenizas puede resurgir el fuego del cambio.

Próxima entrada: Bakuman, la metaficción también llega al manga. Revisión de esta curiosa serie que narra como pocas obras el proceso creativo y las alegrías y penas de escritores y dibujantes.

domingo, 14 de julio de 2013

Elektra Assassin. La revolución del cómic.

Elektra Asesina es una mini serie de ocho episodios de Marvel publicada en 1987, creada por Frank Miller (guión) y Bill Sienkiewicz (dibujo). Elektra apareció en el universo Marvel de la mano del propio Miller, que la creó cuando trabajaba en Daredevil. Y en ningún otro cómic ha alcanzado la gloria como personaje que consigue aquí.

La historia recrea en cierto modo las elecciones de 1984, en las que un envejecido Ronald Reagan defendía la presidencia. Detrás de la intriga política que plantea la trama encontramos el verdadero tema de Elektra Asesina: la guerra generacional. El enfrentamiento entre la decrepitud republicana y la juventud liberal y demócrata. Y también el choque entre la tradición del cómic americano y la fuerza arrolladora de autores innovadores. La vejez, decrépita en efecto, y la juventud depositaria del mal (el villano es el joven candidato demócrata) se anulan la una a la otra. Así pues, la tesis de los autores aquí es que no son las generaciones ni las personas el problema: el enemigo es el sistema (político y del cómic), al que hay que combatir sin cuartel.
El triunfo de Elektra es la revolución, impulsada también por otras obras como El Regreso del Caballero Oscuro del propio Miller o el archiconocido Watchmen de Alan Moore. ¿Y qué es lo que cambia a partir de entonces? Primero que nada a nivel culturar es el inicio del “fenómeno freak”, tras el estreno en los años 70 de Star Wars, Indiana Jones, etc. Esta nueva coyuntura aumentó la demanda y permitió a los fabricantes de cómic pasar de la distribución en quioscos a las librerías especializadas. También propició un cambio en los formatos. Se pudo aumentar la calidad del papel y el dibujo porque era posible vender más caro. Los cómics se convierten en un objeto valioso, no un tebeo de leer y tirar.
El mayor avance sin duda se encuentra en los propios autores y la forma de trabajar. El cómic antes de este punto crítico funcionaba como una cadena de montaje que implicaba a un gran número de personas (tanto escritores como dibujantes). Los dúos hasta entonces eran poco habituales, pero acabarían convirtiéndose en el ideal a seguir. Esto es algo que el manga japonés llevaba haciendo mucho más tiempo y que espero que algún día tomen nota las series de televisión si quieren dar el salto al siguiente nivel: un solo autor (o un grupo muy reducido) con todo el control de la obra tiene muchas más probabilidades de conseguir un producto de alta calidad que un equipo que trabaja en relevo. Este poder les permite explotar sus ideas, romper con lo ortodoxo. Así el cómic trasciende, eleva sus pretensiones artísticas y nace el término novela gráfica. Algo sin duda polémico sobre lo que hablaré en un futuro no muy lejano.


¿Y qué hace especial a Elektra Asesina en comparación con las otras dos obras citadas? La respuesta es: Bill Sienkiewicz. Llega a extremos donde Gibbons (dibujante de Watchmen) y Miller (que escribió y dibujó El Regreso del Caballero Oscuro) no se atrevieron. Desde su entrada en la industria brillo por su virtuosismo y sus recursos técnicos. Elektra es su Capilla Sixtina, aquí su ruptura con las formas visuales tradicionales del comic es total, hasta el punto en que la mayoría de paneles parecen pequeños cuadros con elementos que van desde el romanticismo más clásico, pasando por el expresionismo hasta llegar al pop art más descarado. Este arte tan caótico genera una estructura narrativa más compleja que otros trabajos de Miller en solitario. Sin duda el estilo de su compañero le influyó a la hora de planear la narración. Y es precisamente la unión de sus dos talentos lo que convierte a Elektra Asesina en una obra maestra.

Próximamente: 1984. Universos distópicos y denuncia social en la literatura. 

miércoles, 3 de julio de 2013

Salvatierra. El minimalismo literario.

Esta novela del argentino Pedro Mairal, publicada por El Aleph Editores es una pequeña joya técnica y conceptualmente. La historia es la siguiente: Miguel (el narrador) y su hermano Luis son hijos del pintor Salvatierra, que dedicó toda su vida a una secuencia continua sobre tela que acabó midiendo cuatro kilómetros. Esta colosal obra es una biografía del propio Salvatierra. Tras su muerte, sus hijos se interesan por su legado y acaban descubriendo que falta un trozo del rollo correspondiente al año 1961. La novela adquiere así una aparente estructura de thriller.
Una adjetivo que resume a Salvatierra es “corta”. La historia transcurre en apenas unos días y no pasa de las 136 páginas. Esta extensión tan al límite entre la novela y la novela corta acerca el relato a la economía lingüística propia del cuento. Las formas son sencillas, cada palabra está escogida con sumo cuidado y es estrictamente necesaria. Todo ello sin sacrificar una fluidez narrativa que hace la lectura aun más rápida.
Precisamente la sencillez sería el otro rasgo definitorio de Salvatierra. No porque no exista una complejidad subyacente. Contiene entre sus líneas un discurso potente sobre el arte, el amor, los conflictos familiares y generacionales (especialmente entre padre e hijo), etc. Es literatura pura y concentrada, sin artificios, sin necesidad de utilizar un lenguaje simbólico y recargado. Mucho menos de caer en el recurso facilón del escritor novel de usar palabras rimbombantes como: periférico, colosal, consuetudinario, etc. Es una lección de adecuación del lenguaje y la prosa a las necesidades de la historia. Demuestra que no hay que utilizar trucos baratos para desviar la atención del lector cual mago de feria. Salvatierra es lineal, sencilla y a la vez entretenida, un producto sin edulcorantes ni añadidos industriales. Una extraña mezcla en el panorama actual, donde vamos de extremos barrocos y crípticos a lo más comercial e insustancial, sin suficientes obras que brillen en el punto medio como lo hace Salvatierra.


Próximamente: Elektra Assassin. Introducción de uno de mis autores favoritos, Frank Miller y del género de la novela gráfica y la revolución que supuso en la industria del cómic americano.