viernes, 22 de febrero de 2013

Akumetsu. Un hombre, un asesinato.




“Pues los mataré a ellos también. Limpiaré toda la maldad.”

Akumetsu nos narra la historia de Shou, un justiciero enmascarado que intenta erradicar el mal con su código ético de “Un hombre, un asesinato”. El manga fue serializado de 2002 a 2006 y nos presenta lo que en aquella época era un futuro que pocos agoreros preveían: una terrible crisis económica provocada por la corrupción política y las malas prácticas en el sector financiero. Shou, harto de esta situación y de la falta de reacción del pueblo nipón, decide tomarse la justicia por su mano. Adopta el alias Akumetsu (que podría traducirse como destructor del mal) y empieza a matar uno a uno a los que considera culpables de esta situación, suicidándose después de cada asesinato. ¿Qué cómo sigue matando si se suicida? Leed el manga, esta vez no hay spoilers.
Esta obra es probablemente la mejor de Yoshiaki Tabata, aunque sigue cayendo en los mismos errores de otros trabajos. Por un lado está su tendencia a atascarse en la violencia, que llegada un punto se vuelve repetitiva y corta el ritmo de la historia. Y por el otro el hecho de que su crítica social, aunque acertada, resulta un tanto torpe y simplista. Akumetsu y la mayoría de sus trabajos suelen generar reacciones contrapuestas: a la mayoría de sus lectores o bien les encanta o bien les parece una exageración a ratos infantil. Y hay que recalcar lo de infantil en este caso, ya que Shou es un estudiante de instituto, tiene apenas dieciséis años y su idealismo es verosímil y está correctamente expresado pero, efectivamente, resulta exagerado e infantil para el lector más maduro.
Guardo ya en el cajón el crítico que llevamos todos dentro y vuelvo a la novela en la que trabajo (título por decidir) y su relación con Akumetsu. El punto de partida es el álter ego de Shou, que pronto se convierte en algo más que un individuo: pasa a ser una organización terrorista. Mi protagonista, Emily, también forma parte de un grupo terrorista. Lo que la diferencia de Shou es que ella no es una idealista, de hecho tiene serios problemas para distinguir entre el bien y el mal, por lo que encaja mejor en el perfil de asesina a sueldo o mercenaria.
Otro punto de comparación es la crudeza. En Akumetsu no hay villanos trágicos al clásico estilo shakesperiano, sólo hay blanco o negro, siendo Shou el único privilegiado en la escala de grises. En Akumetsu la muerte es un elemento esencial por la forma en que asesina el protagonista: buscando el mayor impacto posible, de la forma más violenta y truculenta que pueda. En mi novela el grupo terrorista para el que trabaja Emily también opera usando la teatralidad y el impacto para difundir un mensaje disuasorio, convencidos, al igual que Akumetsu, de que el miedo bastará para acabar con la maldad. La diferencia está en que el estilo de Emily es radicalmente más comedido (en el 90% de las ocasiones). Mientras que en el manga de Tabata el gore está en primer plano, yo intento tratarlo como parte del decorado, ya que la protagonista y la historia así lo reclaman.



Acabaré con una reflexión que me gustaría desarrollar en futuras entradas. No es que Akumetsu inspirase este trabajo, las historias sólo coinciden en la premisa, pero en cuanto tuve la idea para la novela hice la conexión con éste manga. Con este y con tantos otros que influyen en mi forma de escribir, entonces caí en la cuenta de un problema que se me presenta. En un manga, la premisa de una historia como Akumetsu es aceptada fácilmente por los lectores sin exigir explicaciones o al menos posponiéndolas. Esto se podría comparar con el hecho de que no nos extrañe que en una teleserie norteamericana los extraterrestres siempre aterricen en Estados Unidos. Es decir, diferentes medios artísticos cuentan con diferentes formulas y normas que preparan al público frente a lo que se pueden encontrar. Crean un imaginario propio en el que aceptamos que unas cosas son verosímiles y otras no. Ahora bien, cuando se intenta adoptar en un medio como la literatura juvenil elementos que le son ajenos (sacados de series de televisión, cómics, cine, videojuegos, etc.) no se puede obviar el problema de la adaptación. Se requiere una traducción de las premisas ajenas a las normas y fórmulas propias. Hacer un buen trabajo de traducción será sin duda determinante para que la novela no se hunda antes de zarpar.

Próximamente: Religión para ateos. El arte sin instrucciones. La siguiente entrada NO tratará sobre religión a pesar de lo que pueda hacer pensar el título del ensayo de Alain de Botton. Me centraré en la comparación que establece entre arte religioso y arte laico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario