martes, 20 de agosto de 2013

Los juegos del hambre. Empezar por el final.


La trilogía de Suzane Collins es uno de los pocos ejemplos que puedo encontrar hoy en día de libros de este género que me hagan pensar desde el principio que el autor está intentando decirme algo. Algo muy importante en este caso. Muchas novelas juveniles empiezan sin que el propio escritor sepa exactamente porque la está escribiendo, más allá que por entretenimiento o por el dinero. Que no es que me parezcan malos motivos (yo mismo empecé a escribir por pura autosatisfacción), es sólo que dan lugar a resultados poco pulidos. Cuando el autor sabe que quiere decir algo, pero no es consciente del qué, el lector lo nota. En Los juegos del hambre esto no pasa, desde el principio tienes una sensación clara de que alguien está intentando avisarte de algo. Claro que el lector no lo verá hasta el final de Sinsajo, que cierra la trilogía.
¿Quiero decir con esto que el autor tiene que saber el final antes de empezar a escribir? No. El final es donde se suele revelar el sentido de la obra, pero también forma parte de los problemas de la misma que el escritor debe resolver. Lo que sí que está obligado a saber es qué es lo que le mueve a narrar esa historia. Detrás de cada libro hay una visión del mundo, una manera de entender el amor, la guerra, la muerte, la amistad, la traición, etc. Así, en Sinsajo se hace patente que Suzane Collins intentaba decirnos desde hacía muchas páginas que, desgraciadamente, el amor a veces sólo puede ser un bálsamo, no una fuerza imparable que lo vence todo. Que hay experiencias que te cambian para siempre, que puedes seguir adelante, pero no siendo tú mismo, que el concepto de pasar página está muy mal definido.
Los tres libros de la saga están orientados a mostrarnos esto y poco a poco el mensaje se va haciendo más claro hasta que se convierte en un presagio de su amargo final. Todo apunta hacia ello: desde la cruda y tenebrosa ambientación, pasando por las continuas referencias y semejanzas con las distopías adultas, hasta la forma en que la lucha por la supervivencia siempre se impone incluso en las páginas más llenas de almidón romántico.
Es precisamente este último punto el que resulta más determinante para que la autora consiga su objetivo. Las relaciones amorosas de entre los personajes aparecen siempre enturbiadas por Los Juegos del Hambre (o la guerra en el último libro). De modo que se presentan como un elemento incapaz de ocupar un centro en la vida de los protagonistas, porque hay cosas más importantes de las que encargarse. Este es un tratamiento poco habitual en la literatura juvenil y que es uno de los grandes aciertos de la saga. De este modo la autora transmite no sólo al final sino durante el recorrido también una visión de la violencia y la destrucción como una fuerza opuesta al amor, pero no inferior a este en intensidad y poder de transformación de las personas. Presenta un equilibrio, no una anulación: Omnia vincit amor. ¡NO!


Próximamente: Psyren. Llamada perdida. Un análisis de este espectacular manga que pudo haberse convertido en uno de los grandes pero se cayó por el camino.

2 comentarios:

  1. ¡Hola, Omar! Siento que este comentario no tenga que ver con la entrada, pero quería informarte de que te he nominado a un premio en mi blog, pásate si quieres.

    http://nima-no-monogatari.blogspot.com.es/2013/07/mi-blog-nominado-los-liebster-award.html

    Gracias y perdona las molestias ^^u

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    1. Jaja, ninguna molestia. Gracias por la mención, Nima. Haré un paréntesis antes de la próxima entrada para comunicarlo a los lectores de "El mapa del tesoro" (esos pocos que siguen de este lado de los pirineos.

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