A día de hoy, cuando se empieza a extender el
prototipo de seriéfilo, quién quiera considerarse a sí mismo como tal hay
algunas series que no puede ignorar eternamente. The Wire no sólo es una de ellas, sino que de debería estar en la
parte alta de la lista. Pero, atención, no es una serie apta para los No-seriéfilos ni una buena forma de
iniciarse. No es un producto de fácil consumo, algo que puedas ver mientras
haces la declaración de la renta, planeas las vacaciones o juegas al minecraft.
Si te sientas a ver The Wire sin
concentración la serie te dejará atrás y nunca volverás a atraparla.
Porque siendo sinceros, el fotorealismo puede tirar
para atrás, hasta que te acostumbras y se convierte en uno de sus encantos: los
trapicheos en la esquina grabados con una cámara de seguridad quedan para la
posteridad. Tampoco se puede esperar mucha acción y un nivel de intriga que te
mantenga pegado al asiento desde el primer minuto. The Wire es una serie lenta al principio, que se toma sus capítulos
para establecer sus propias reglas. Pero una vez que te las aprendas y puedas
participar en su juego te resultará mucho más emocionante que cualquier
thriller policial que puedas encontrar.
Esto es necesario y gratificante una vez que el
espectador comprende su propósito. En el tiempo que se toma, The Wire crea un mundo interno
independiente y cerrado, en el que sus protagonistas están más vivos que en
cualquier otra serie. La Baltimore que retrata tiene vida propia, vemos como
nace y se expande a partir de los encuentros fugaces entre sus personajes. Desde
la esquina en los barrios bajos, pasando por el sindicato del crimen que se
reúne en lujosos restaurantes a plena luz del día y llegando hasta el congreso,
dónde se ubica a la ciudad como parte del entramado de algo más grande: una
artería de los Estados Unidos.
It's all in the game yo... All in the game.
Es un hecho que Baltimore es la auténtica
protagonista de la serie. Y es curioso que podamos decir esto ante una ficción
que nos regala a algunos de los personajes mejor construidos y más carismáticos
de la última década: ahí quedan Avon Barxdale y Stringer Bell (¿a alguien le ha
sorprendido ver a Idris Elba en Pacific Rim?), McNulty, Bunks, Lester, Omar,
Bubbles, etc. Pero al final todos ellos son Baltimore, sus idas y venidas, sus
evoluciones e involuciones… Son muy interesantes, pero están subordinadas a
actuar como pinceles, a pintar el retrato móvil de una realidad que a veces es
inmóvil: los diferentes sectores presentados fallan constantemente en
adaptarse, salvo los traficantes y el mundo de “la calle”. Cada pequeña
victoria de los demás sectores se ve contrarrestada al final de cada temporada
por una monumental derrota de sus protagonistas, maniatados por la ley, los
presupuestos y los reglamentos. Y con cada varapalo, la ciudad tiembla.
Próximamente: Memorias de Idhun. Los males de la literatura juvenil contemporánea. En la siguiente entrada me propongo la difícil tarea de enumerar aquellos aspectos del funcionamiento de la LIJ con los que estoy descontento. Preparaos autores y editoriales: There will be blood.