lunes, 25 de marzo de 2013

Everybody dies. Los detectives clásicos también.


House es una de las series de televisión que he seguido con más fidelidad en los últimos años. De muy pocas he estado tan pendiente y tan al día con la emisión de los capítulos. Llegué incluso a dedicarle un ejercicio en el Máster de Creación Literaria que aquí os adjunto por si os interesa tener una impresión más general de la serie.


En la crítica ya hablo bastante sobre las razones por las que creo que la serie tuvo tanto éxito y por las que sigue gustándome. La entrada por tanto la orientaré hacia uno de sus elementos más curiosos y su rabiosa actualidad en la pequeña pantalla: el arquetipo del detective clásico. House es Sherlock Holmes. No, no es “parecido” o “como si fuera”. Es Holmes, punto pelota. Malencarado, misántropo, con problemas de adicción, capacidades memorística y de análisis que rozan lo sobrehumano… Es él, no hay duda. El personaje de Conan Doyle, tantas veces recreado con escaso acierto, encontró aquí una actualización sorprendentemente buena. Probablemente la última que vaya a tener éxito en la pequeña pantalla hasta dentro de unos cuantos años.
¿Habéis visto las series que circulan y han circulado últimamente sobre Sherlock Holmes? Me arriesgaré a que internet me retraté de mala manera por hacer predicciones, pero me jugaría un brazo a que no triunfarán. Ni Sherlock de la BBC, ni Elementary de la CBS. ¿Por qué digo esto? Puede sonar excesivamente agorero considerando el éxito del propio House y las recientes versiones cinematográficas, ejemplos que demuestran que el personaje sigue siendo atractivo. Podríamos eliminar a las dos películas ya que la gran pantalla tiene exigencias diferentes a las del formato serial. Y House se estrenó en 2004, ha llovido desde entonces. Hoy en día las series de televisión están en una encrucijada a la hora de enfocar la construcción del protagonista: deben elegir si lo convierten en un hermeneuta o en un testigo.
¿Qué quiere decir esto? Un hermeneuta se puede definir literalmente como alguien que interpreta textos. Dejemos la filología o la crítica literaria y quedémonos con la palabra “interprete” y tenemos entonces un rol que comparten muchos protagonistas de teleseries conocidas: la Dra. Brennan en Bones, Stark en Shark, Olivia Dunham en Fringe, Dexter en Dexter o el propio House. Todos ellos actúan de cara al espectador como traductores, son especialistas en ayudarnos a entender realidades desconocidas: los huesos, los tejemanejes del sistema judicial, las paraciencias, los patrones de sangre y el proceso diagnóstico respectivamente.
¿Y cuáles son los protagonistas que ejercen un rol de testigo? Rick Grimes en The Walking Dead, el Capitán Malcom en Firefly, Jack en Lost o Walter en Breaking Bad. Ellos no nos hacen su realidad más comprensible, están tan perdidos como nosotros. De repente se ven en un mundo que no es el suyo y su desconcierto es el nuestro. No caminan delante del espectador guiándole, sino que van a remolque, como él. Es un arquetipo que se está haciendo más presente con el paso de los años (en las teleseries de éxito al menos).
Los viejos detectives clásicos están de capa caída cada vez más. Los intentos por presentarlos en nuevos contextos y con giros inapropiados no están ayudando. Los nuevos Sherlock pueden ser buenos retratos del original, pero a fin de cuentas, los retratos no pueden andar. House, que era cojo, se movía mucho más que sus colegas de la CBS y la BBC. Tal vez sea de los últimos de su especie, puede que el futuro le pertenezca a los aventureros extraviados.
Próximamente: Con la soga al cuello. El cuento como laboratorio. Comentaré brevemente un libro de cuentos que tengo en mis manos y algunas reflexiones sobre el género a raíz de lo visto en el Máster.

jueves, 14 de marzo de 2013

Harry Potter. El año en que nací sin saberlo.


En el Máster en Creación Literaria me encargaron hace unos meses un ejercicio sobre el libro o autor que más me había influido o que más me había gustado. La siguiente entrada está basada en la solución que intenté darle al problema que esto me supuso.
La elección de Harry Potter es difícil de justificar por los criterios que pedía el propio ejercicio. No son los libros que más me han gustado (aunque me han encantado) ni los que más han influido en mi estilo o mi forma de ver la literatura. Es cierto que como escritor que quiere dedicarse a la literatura juvenil, no puedo sino ver a Rowling como una autora paradigmática en el género. Desde este punto de vista, para mí es más que una saga de novelas, es un manual. Empezando por la selección de los arquetipos y su caracterización, pasando por la lenta elevación de la tensión narrativa en cada libro y llegando hasta el bien logrado encaje entre los diferentes niveles de la historia. Y aun así todo esto no tiene nada que ver con la razón por la que los marqué como los libros más importantes para mí hasta la fecha.
Los escogí porque supusieron un punto de inflexión, cambiaron el curso de una parte importante de mi historia personal. Mi experiencia como lector y escritor no se puede entender sin considerar al joven mago como un acompañante de viaje. A los catorce años sufrí el trauma de leer durante un mismo curso escolar Nada, de Carmen Laforet y Los Pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán (releída años después Nada me parece una novela excelente por cierto). Contemplé entonces como el amor por la lectura que aun sentían algunos de mis compañeros y yo era mutilado sin piedad. Y es que hay lecturas que no son para el adolescente medio de este país. No volví a leer nada hasta unos cuantos meses después de aquello. La idea de escribir, que era una actividad entonces limitada a algún cuento aislado de vez en cuando, también se esfumó. Hasta que salió el siguiente libro de la saga y la llama del amor volvió a encenderse.
Claro que por aquel entonces yo no sabía que quería ser escritor. Visto con perspectiva, ahora entiendo qué la decisión de escribir un tipo de literatura que fomente la afición por la lectura en los jóvenes vino de entonces. No sólo porque me devolvió las ganas de leer, sino porque me introdujo en el mundo de la fanfiction, dónde desarrollé mis primeros relatos de estructura novelesca. Aunque en la actualidad trabajo en diferentes tipos de proyectos de corte juvenil no necesariamente fantástico, siempre vuelvo al elemento de origen: la creación de un universo sin fin, que desborde la historia y le deje espacio al lector para crear la suya. Ya volveré al tema del fandom más adelante.

Para cuando terminé Las Reliquias de la Muerte, todas las piezas de la historia del mago encajaron. De forma simultánea tome consciencia de una embrionaria carrera. El cierre de la saga, que a nivel estructural no acaba de estar a la altura de las otras novelas por su apresurado ritmo, fue el último empujón. Al final, el mago se queda solo. Siempre ayudado por alguien, le llega entonces el momento de dar el último paso, de dejar de esperar a que ocurra un milagro. Aunque dicho milagro finalmente ocurre, el mensaje que me queda al acabar la saga es precisamente el de lanzarme al vacío sin ataduras. Es en ese momento cuando dejo de ver la escritura como un hobbie y el “ojalá algún día publique algo”, se convierte en “tengo que trabajar para sacar esto adelante”.

Próximamente: Everybody dies. Los detectives clásicos también. Vuelta a las series de televisión con el Dr. House y una reflexión sobre el declive de este arquetipo en la pequeña pantalla.

lunes, 4 de marzo de 2013

Religión para ateos. El arte sin instrucciones.


En este ensayo, Alain de Botton nos presenta una forma diferente de mirar las religiones. El autor plantea una nueva forma de diálogo entre religión y laicismo, una que deja fuera de la discusión los elementos sobrenaturales y místicos. Para el autor la sociedad secular no debería verse obligada a escoger entre el todo y la nada, sino que hay un punto en común. Hace propuestas concretas y da guías sobre cuáles son los elementos de diferentes religiones que se podrían rescatar para enriquecer a la sociedad secular.
No pretendo explayarme en mis opiniones sobre el libro en general ni sobre las tesis del autor. Sólo diré que recomiendo la lectura a cualquiera que sienta el más mínimo interés en la premisa ya que ciertamente consigue hacerte reflexionar. En fin, en lo que quiero centrarme es en uno de los capítulos, el que dedica al arte. ¿Qué por qué? Pues porque en el sustrato de mis intenciones como autor hay muchas coincidencias con la forma en que Alain de Botton le gustaría que fuese el arte moderno laico.
La principal queja, si es que se puede decir así, es que echa en falta en el arte contemporáneo un elemento vital que es indisociable del arte religioso. Este último siempre le indica al observador qué es aquello de la obra de arte en lo que debe fijarse, qué debe rescatar de la misma, qué hay en ella que sirva de alimento para su alma. El arte laico deja esto al ingenio del espectador. Es éste tiene que descubrir los elementos ocultos en la obra y si no lo hace, seguirá perdido sacará nada (ni siquiera placer estético teniendo en cuenta que en general el arte moderno busca reacciones opuestas al placer, se persigue más bien generar desagrado/rechazo). No hay más que pasearse por  un museo y ver las pinturas y esculturas de autores conceptuales para entender a que se refiere Alain de Botton: el espectador previo no cuenta con el manual de instrucciones que le permitiría descifrar el significado del trabajo del artista, no tiene forma de sacarle jugo.
En literatura también ocurre, naturalmente. Algunos autores apuestan más fuerte que otros por una escritura críptica, que no se puede descifrar sin la ayuda de un hermeneuta que nos indique cuales son los puntos de referencia del autor. E incluso los que no juegan tan duro, también son difíciles de entender en profundidad si no se ha leído a sus maestros. Esto genera un problema de acumulación, porque si para entender a Borges en profundidad hay que leer antes a Dante, Shakespeare, Cervantes y Homero… Y dentro de unos años hay que leer a Borges, a Cortázar y a los maestros de los mismos para entender a un nuevo autor. Esto tampoco sería un problema si al menos el lector supiera de antemano a quién tiene que leer antes para entender lo que tiene entre manos. Claro que esto no ocurre así, porque el artista laico contemporáneo es en general bastante reacio a incluir manuales de instrucciones en sus obras. No es que este tipo de literatura sirva como alimento para el alma, todo lo contrario, es caviar. El problema es que, al igual que el caviar, vende su peso en oro, es alimento para los muy bien leídos.
La última reflexión que plantea esto es la de la supuesta crisis de la literatura de la que tanto se habla. Es una patraña, no hay tal crisis. Los lectores de “alta literatura” son los mismo hoy que hace 2 siglos y los trabajos que se hacen hoy tienen calidad igual que la tenían los de hace 2 siglos. El problema no está en la alta literatura, sino el género del best seller. La cultura de masas de hace unos años estaba impregnada de referencias que llevaban a leer cosas mejores (recordáis que hablé de esto en la entrada anterior?). Hoy no, hoy Crepúsculo te lleva a leer 50 Sombras y Dan Brown te lleva a leer más Dan Brown. Que no es que me parezca mal, el problema es que crean un bucle y de ahí no salen. Antes Harold Robins o Irving Wallace te podían llevar a leer cosas más complejas. Hoy el lector encuentra pocos autores populares que le ayuden a hacer ese salto. Esa es, en mi opinión, la auténtica crisis de la literatura.

P.D. Os adjunto un trabajo sobre Religión para ateos que hice el trimestre pasado en el Máster en Creación Literaria. Es un análisis del libro desde el punto de vista de un editor y tiene algunas semejanzas con un informe de lectura. Sólo para los que de verdad estén interesados en la edición: http://es.scribd.com/doc/128359204/Religion-para-ateos

Próximamente: “Harry Potter. El año en que nací sin saberlo.” Porque ya va siendo hora de explicar de dónde vengo y por qué quiero ir a dónde voy.