sábado, 19 de enero de 2013

El Hobbit. Manual de la novela juvenil de aventuras.


Pensándolo bien, podría haber escogido otro referente clásico del género. Después de todo hace tiempo que pensé en Stevenson y en Dumas para dedicarles alguna entrada. Además de que estoy muy lejos de considerarme un conocedor de la obra de Tolkien. De hecho ni siquiera he leído la novela, por lo que aquí sólo hablaré de la primera película de la saga. ¿Con todo esto, por qué escogí El Hobbit? Porque, siendo justos, la idea para esta entrada se me ocurrió en el cine: no hay más.
Voy a delimitar un poco, ya que es mucho lo que se puede decir, y me centraré en las razones por las que creo que ha tenido tanto éxito en el público juvenil. Para empezar, hay toda una retahíla de guiños que, bien mirados, nos hacen preguntarnos quién  podría no ver a simple vista cuál es la verdadera historia que narra El Hobbit. Nos cuenta una búsqueda, la de un joven que intenta encontrarse a sí mismo. Y los guiños que más me llaman la atención son: el gusto por compartir la hierba con los amigos, los conflictos de identidad, la relación entre el maestro y discípulo, los compañeros de viaje y la amistad granjeada con el respeto y el reconocimiento mutuo, la necesidad de ir contra la autoridad y lo establecido y, finalmente, el anhelo de experimentar emociones fuertes.
Es importante darse cuenta de que la literatura juvenil, a diferencia de otros géneros, busca establecer la complicidad con el lector mediante el recurso de los tópicos. Así como en otro tipo de obras no es necesaria la identificación con el protagonista, la novela juvenil que no lo consigue… No diría que fracasa, pero tendría problemas para ser un artefacto reconocible (toma nota, Emily). En este sentido El Hobbit es ejemplar. Hay un momento de metraje que todo el que haya visto la película tendrá muy presente: cuando Bilbo intenta convencer a Gandalf (y a sí mismo) de que no es un aventurero. El 90% de los espectadores (y cuánto más jóvenes, más afectados) recordamos en ese momento el peso abrumador de las expectativas de los demás y las que nos ponemos nosotros mismos. Bilbo termina por cautivarnos cuando sale en busca de la aventura, es decir, cuando intenta convertir en realidad aquello que su maestro ve en él, la clase de persona que le gustaría ser.

Me parece que se ha notado que poco he hablado sobre CÓMO se escribe una novela para un público adolescente/juvenil. Parece un mal común entre los escritores: os costará encontrar uno que hable abiertamente sobre cómo escribe y cuando lo haga, probablemente sea autoengaño. Parece que estemos más interesados en la justificación de por qué escribimos. En mi caso, especialmente el por qué escribo lo que escribo y no otra cosa. Pero eso es tema para otra entrada.

Próximamente: Retrum. Algunas luces y muchas sombras. En la siguiente entrada (o entradas) comentaré las dos novelas de Francesc Miralles. Al igual que con Dexter, habrá una reseña complementaria. Me centraré especialmente en: la caracterización de personajes, la ambientación y el control del ritmo de una historia.

lunes, 7 de enero de 2013

Dexter. Es malo, pero te gustará


Así decía el anuncio promocional de canal cuatro cuando emitía las primeras temporadas de Dexter. Copio el slogan porque me parece muy acertado en su retrato del atractivo del personaje. Además, se puede aplicar a la gran mayoría de protagonistas de las series de los últimos años. En la entrevista a Jorge Carrión que dejé en la entrada anterior hablaba sobre este fenómeno: hemos pasado de buscar la identificación con el “héroe” a preferir entablar una relación de amor/odio. Como recién graduado en psicología esto me llama poderosamente la atención. ADVERTENCIA: a continuación pueden haber graves spoilers y lo que es peor, psicología barata. El que avisa no es traidor.


En primer lugar, pienso que esta fascinación por los chicos malos viene por una cuestión de expectativas. El encanto del arquetipo del antihéroe se basa precisamente en quedar por encima de lo que se espera de él. Tenemos ante nosotros a un individuo que no es nada heroico, no esperamos que se suba a un árbol a rescatar a un gato. Sin embargo nos sorprende mostrando empatía hacia su familia o con un retorcido pero identificable sentido de la justicia. El héroe clásico jamás podría conseguir este efecto porque ya lo damos por sentado. Si Link arriesga su vida para salvar a una damisela en apuros nadie se extraña. En cambio sentimos una malsana ansia de ver morir a Trinity a manos de Dexter antes de que dañe a su familia. No nos sorprende la perseverancia de Mario tanto como nos conmueve ver a Dexter afligido al abandonarle Lumen.

En segundo lugar, no hay que olvidar que si las teleseries aumentan su calidad, es de esperar que el público madure con ellas. Cuando éramos niños todos queríamos ser héroes. Cuando crecimos aprendimos lo que era el dolor, el cinismo y la autoaversión. Sólo el antihéroe puede soportar esta pesada carga, por eso es el único que actúa como un espejo a través del cual amarnos y odiarnos a nosotros mismo y a él, todo al mismo tiempo. Es una evolución del espectador similar a la de nuestro sistema de valores a medida que nos hacemos mayores: nos desprendernos de la brújula moral de los padres e intentamos fabricar una propia. Por eso no podemos dejar de envidiar a los personajes de ficción que han completado esta tarea, comulguemos o no con sus valores.

Como esta no será la última vez que hable sobre este arquetipo lo dejo aquí de momento. Después de todo, tal y como anuncié en la entrada anterior, me toca hablar de la relación de Dexter con la novela en la que trabajo ahora. Mi protagonista no mata serialmente y de forma ritual, sino por trabajo. Emily es una asesina a sueldo. Antes de entrar en debates sobre si es posible o no para un hombre escribir desde la perspectiva de una mujer, aviso que como es mi primer intento con una protagonista femenina me he curado en salud y narro en estilo indirecto libre (para los de la LOGSE: http://es.wikipedia.org/wiki/Estilo_indirecto_libre). A pesar de las diferencias entre ambos personajes, es imposible para mí crearla sin pensar en Dexter, sin convertirla en el mismo tipo de psicópata con empatía (algo física y psicológicamente imposible fuera de la ficción).

La literatura juvenil domina muy bien el arte de humanizar a los héroes, de volverlos vulnerables. Pero está relativamente huérfana de auténticos antihéroes. Los autores suelen ofrecernos modelos saludables a los que los adolescentes puedan imitar para convertirse en ciudadanos respetables y bien integrados. Por mucho que algunos protagonistas muchas veces sean traviesos hasta lo indecible y que transgredan las normas de forma sistemática, en el fondo sabemos que son buenos chicos. ¿Es posible ofrecer a los adolescentes lo mismo que Dexter le da al público adulto? ¿Se les puede enseñar un espejo de cinismo e impulsos destructivos que no les haga sentirse mal cuando se miren en él? Ese el objetivo de Emily, ser amada más allá de su monstruosidad.

Próximamente: El Hobbit. Manual de la novela de aventuras. He empezado por el final, hablando de mi intento de desviarme de los arquetipos habituales de la literatura juvenil. Así que es lo justo que en la siguiente entrada comente el manual del que intentaré alejarme en mi novela.

Aquí tenéis la reseña de Dexter en pdf: http://es.scribd.com/doc/119264702/Critica-Dexter