Pensándolo bien, podría haber escogido otro
referente clásico del género. Después de todo hace tiempo que pensé en Stevenson
y en Dumas para dedicarles alguna entrada. Además de que estoy muy lejos de considerarme
un conocedor de la obra de Tolkien. De hecho ni siquiera he leído la novela,
por lo que aquí sólo hablaré de la primera película de la saga. ¿Con todo esto,
por qué escogí El Hobbit? Porque, siendo justos, la idea para esta entrada se
me ocurrió en el cine: no hay más.
Voy a delimitar un poco, ya que es mucho lo que se
puede decir, y me centraré en las razones por las que creo que ha tenido tanto
éxito en el público juvenil. Para empezar, hay toda una retahíla de guiños que,
bien mirados, nos hacen preguntarnos quién
podría no ver a simple vista cuál es la verdadera historia que narra El
Hobbit. Nos cuenta una búsqueda, la de un joven que intenta encontrarse a sí
mismo. Y los guiños que más me llaman la atención son: el gusto por compartir
la hierba con los amigos, los conflictos de identidad, la relación entre el
maestro y discípulo, los compañeros de viaje y la amistad granjeada con el
respeto y el reconocimiento mutuo, la necesidad de ir contra la autoridad y lo
establecido y, finalmente, el anhelo de experimentar emociones fuertes.
Es importante darse cuenta de que la literatura
juvenil, a diferencia de otros géneros, busca establecer la complicidad con el
lector mediante el recurso de los tópicos. Así como en otro tipo de obras no es
necesaria la identificación con el protagonista, la novela juvenil que no lo
consigue… No diría que fracasa, pero tendría problemas para ser un artefacto
reconocible (toma nota, Emily). En este sentido El Hobbit es ejemplar. Hay un
momento de metraje que todo el que haya visto la película tendrá muy presente:
cuando Bilbo intenta convencer a Gandalf (y a sí mismo) de que no es un
aventurero. El 90% de los espectadores (y cuánto más jóvenes, más afectados)
recordamos en ese momento el peso abrumador de las expectativas de los demás y
las que nos ponemos nosotros mismos. Bilbo termina por cautivarnos cuando sale
en busca de la aventura, es decir, cuando intenta convertir en realidad aquello
que su maestro ve en él, la clase de persona que le gustaría ser.
Me parece que se ha notado que poco he hablado sobre
CÓMO se escribe una novela para un público adolescente/juvenil. Parece un mal
común entre los escritores: os costará encontrar uno que hable abiertamente
sobre cómo escribe y cuando lo haga, probablemente sea autoengaño. Parece que
estemos más interesados en la justificación de por qué escribimos. En mi caso,
especialmente el por qué escribo lo que escribo y no otra cosa. Pero eso es tema
para otra entrada.
Próximamente: Retrum. Algunas luces y muchas
sombras. En la siguiente entrada (o entradas) comentaré las dos novelas de
Francesc Miralles. Al igual que con Dexter, habrá una reseña complementaria. Me
centraré especialmente en: la caracterización de personajes, la ambientación y
el control del ritmo de una historia.